Hace unos años me regalaron una cámara digital, de esas que solo tenían pantalla para visualizar el objetivo. Aunque la cuidé, un día se me cayó y rompió la pantalla. Probé hacer una foto (sin enfocar, solo mirando lo que quería fotografiar) y funcionó, así que la conservé e hice muchas fotos.
Actualmente, esa cámara, la tiene una persona muy especial y es la protagonista de esta historia.
La señora del selfie
Es una mujer de tez blanca, pelo negro, ojos marrones con mirada brillante; sus manos son delicadas, porque se le agrietan con facilidad y cuando se siente animada su sonrisa lo ilumina todo.
De pequeña vivió en la ciudad de la eterna primavera y cuando tenía 20 años se marchó a un país diferente cargada de sueños y de un bebé en su barriga. En ese nuevo país, coser sin parar y crear modelos únicos fue su trabajo a la par de criar a 4 peques.
Cuando ese primer bebé cumplió 20 años, la hizo abuela, y fue así como nos conocimos… Evidentemente los primeros años de nuestra relación los recuerdo vagamente, entre paseos al parque y nociones de cómo evitar que se me escapara el pis cuando dejé el pañal.
Con el transcurrir de mi infancia, empezamos a hacer más cosas juntas:
- Estudió conmigo esas primeras lecciones del libro » Mi Jardín» y luego me enseño a leer con la entonación correcta un montón de poemas; incluso me grabó en casete para que me escuchara y cada día lo hiciera mejor.
- Me llevó a todos mis ensayos en la coral; y por supuesto asistió a cada una de mis presentaciones porque le encantaba escucharme cantar.
- Vimos entre risas, un montón de culebrones brasileros, colombianos y venezolanos; mientras mis tíos llegaban del instituto para ayudarme con los deberes.
- Seleccionaba los mejores temas en cada disco de acetato, para disfrutar juntas de buena música (Soledad Bravo, por ejemplo)
- Merendamos muchos cafecitos con leche (poco cargados jejeje) y ricos bizcochos hechos por ella.
Al llegar a mi juventud, siendo más consciente de la importancia de su compañía, aproveché cada ratito libre que tenía para:
- Dar largos paseos porque ella tenía que estirar las piernas, siendo la excusa perfecta para escucharla hablar y reír.
- Ir a comer a su casa porque «me quedaba más cerca», y así disfrutar de sus platos nutritivos de pocas calorías y mucho amor.
- Pedirle que me acompañara a mis citas con el odontólogo, ya que ella era la que ahorraba los churupitos (dinero sacado de descompletar una cosa y otra también) para mi costoso tratamiento de ortodoncia.
- Leer de vez en cuando algún que otro poema y reírnos un poco con las grabaciones de mis lecturas de pequeña.
En el momento en que su hija, mi madre, decidió junto con mi padre, marchar con nuestros sueños a un país diferente; ella y yo, nos abrazamos fuertemente y prometimos vernos prontito. Desde entonces, mi abuela, se hizo con la tecnología y aprendió a ver nuestras fotos en el ordenador, vernos en vivo a través de skype y llamarnos con una tarjeta especial para que salga más barato.
Un día, apareció en mi bandeja de entrada, lo siguiente:
«Hola Adri, he tomado prestada tu camarita y como la pantalla está rota, y no podía hacerme la foto al espejo, me la he hecho a mí misma, creo que salió bien, espero que te guste. ¡Te quiere mucho, la abuela!»
Yo creo que el selfie le ha quedado genial y sin duda alguna es mi foto favorita de su sonrisa. Gracias abuela, recuerda que nos vemos prontito, tengo muchas ganas de un abrazo como este:

Historia escrita en el año 2016
AdrIsa 😘